jueves, 2 de septiembre de 2021

La inquieta clase

Fui invitado a observa a unos alumnos del cuarto grado de primaria en una escuela muy prestigiosa de las muchas que existen en el centro de Lima (Perú). La tutora del salón me presentó y tuve que decir algunas palabras frente a mi juvenil publico que estaban (creo yo) ansiosos de escucharme. Mirando a cada uno de los rostros dije: “Hola a todos, cómo están jovencitos... ¿bien?” –Todos gritaron: ¡bieeeeeeeeeen!–, muy bien, ok, ya lo escuché –dije muy sorprendido y extendiendo los brazos para calmar a la multitud efeba que gritó a todo pulmón. Dejé a la tutora para que dictara su clase, me coloqué en la parte trasera del aula en una carpeta especialmente para mí. Desde allí pude observar todo lo que sucedía dentro del cuarto grado “A”.

Delante de mí estaban un niño y su compañera. Sus nombres eran Pamela y José. A mi lado derecho estaba otro grupo de niños y solo recuerdo el nombre de Valeria. La clase de matemática comenzó y, más que prestarle atención a la y la clase en sí, le presté mayor atención al comportamiento de los estudiantes. De un momento a otro Valeria le dijo a la profesora: “Miss, puede escribir despacio, para escribir bonito”. Todos los estudiantes me conmovían. Tan chiquititos y con mucha curiosidad a cada rato preguntaban a su profesora.

El timbre sonó y uno de ellos gritó: “¡recreeeooooooooo!”. Algunos salieron al patio y otros se quedaron en el aula para consumir los alimentos que trajeron en sus loncheras. Salí a observar y era increíble la bulla que se escuchaba. Era un barullo. Al finalizar el primer recreo, entró la profesora de Ciencia y Ambiente. Hay que tener mucha paciencia para sobrevivir a un salón de pequeños “monstruos” súper inquietos. Por un lado, un grupo conversaba durante la clase, la profesora tuvo que levantar el volumen de su voz para hacerse notar y lograr que le prestaran atención.

Suena nuevamente el timbre indicando el inicio del segundo recreo. Algunos sacan sus bebidas y consumen una que otra fruta. Observando el patio, me percato que está atiborrado de alumnos, es más, no hay suficiente espacio como para jugar fulbito. Muchos corren por los pasillos, pero no los dejan subir al segundo ni al tercer piso. Tintinea el timbre y los alumnos ingresan al aula. Llega la última profesora de ese día y los alumnos me preguntan la hora. Desde ese momento, a cada rato, me preguntan a qué hora va terminar las clases o a qué hora van a salir.

Fue grato ser parte de un momento tan conmovedor en un salón de clase. Todos los alumnos, llenos de energía, integridad e inocencia. Lamentablemente muchos llegan a perder esos valores por diferentes causas, pero podemos evitarlo si los educamos correctamente. Era un salón inquieto, pero lleno de esperanza para un mejor mañana.

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