domingo, 29 de agosto de 2021

Instinto de periodista

Esto lo escribí años atrás, lo vuelvo a compartir porque mantiene mucha actualidad...

Me apasiona el periodismo. Desde que estuve cursando mi último año de educación secundaria ya sentía dentro de mí cierto amor a la carrera de las ciencias de la comunicación. Obviamente tuvieron que pasarme diversos sucesos para darle ese cariño y de un momento a otro decidir instruirme y en un futuro cercano ejercer la carrera de periodismo, específicamente el de reportero. Peligrosa y arriesgada, pero a la vez noble y heroica la responsabilidad del periodista, eran las consignas que uno debe afrontar y seguir. En mi temprana adolescencia, allá por los años noventa, puntualmente el año de 1998, era adicto a los programas de noticias. ¡Así es!, durante cuatro horas seguidas escuchaba y prestaba atención a las noticias de cuatro programas periodísticos seguidos. Pero lo que más me interesaba, era cómo los reporteros mostraban las noticias. Quería ser como ellos, estar donde aparecía la noticia: un accidente automovilístico, un asalto, altercados entre vecinos, pandillas, incendios, etc, etc. Fueron tres las influencias externas que tuve para querer unirme a esa legión de hombres y mujeres sedientos por mostrar los hechos y expresar la verdad de forma objetiva.

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Siempre me gustó levantarme en las madrugadas y salir de mi casa a pasear, es muy tranquilo y hermoso caminar y esperar hasta que amanezca. Hubo varias oportunidades para mí en tener esas experiencias nocturnas. Quienes conocen o padecieron de insomnio saben bien que por más esfuerzo que se haga difícilmente se podrá dormir, y ante eso, se opta por los fármacos (que es lo último que se desea hacer). En mi adolescencia sufrí de insomnio (por causas que narro en mi novela “Espejos Azules”) y en algunas noches salía a ver por la ventana de mi casa el exterior. Era una zona desierta, las casas estaban a oscuras, pero iluminadas por los postes de alumbrado público que les daban a esas calles una imagen sobrecogedora. Por la acera, uno que otro perro deambulando por la oscura y espesa noche de aquel barrio donde vivía, le daban la dinámica para no considerarla un pueblo fantasma.

Los noticieros de las mañanas siempre comienzan temprano: 5:00 a.m. o 5:30 a.m. Eso quiere decir que los narradores de noticia tienen que estar en el canal de televisión desde más antes. Una vez cuando estaba tomando mi desayuno para ir al colegio escuché a la narradora de noticia decir esto: “Cuando me recoge la camioneta del canal debo estar lista, porque de lo contrario me deja y tengo que tomar un taxi para llegar puntual”. Eso quiere decir que los narradores de noticias se levantan muy temprano (¡en las madrugadas!) para ir a trabajar. “Que bonito deber ser levantarse a esas horas y preparase para trabajar y luego dar las noticias por las mañanas” -me dije-.  Todo esto me motivaba más a seguir en un futuro la carrera de Periodismo. “Si llego a trabajar en un estudio de televisión, estoy seguro que me mandaran una camioneta para recogerme”. Así pensaba en mi etapa adolescente.

Los enlaces en vivo y en directo que hacen los reporteros en el interior de un país o cuando están transmitiendo en alguna parte del mundo eran para mí, fascinantes. O cuando hacían un reportaje especial de algún hecho que implicaba viajar a algún departamento o país y entrevistar a los personajes de otras tierras, para mí, eran espectaculares. Pero todo esto implicaba un peligro para el reportero y no menos importante, también, para el camarógrafo. Recuerdo muy bien cuando un periodista se atrevió a entrevistar a los principales jefes de la banda terrorista MRTA y se esperaba lo peor. Los reporteros siempre están en constante peligro, pero es un riesgo que, al momento de decidir por la profesión, se debe correr. Eso fue lo que me atrajo más: viajar por todos lados y ¿porqué no?, el peligro que acarreaba tales trajines. Así pensaba en mi etapa adolescente.

Los canales de televisión anualmente celebraban su aniversario mostrando por las pantallas su archivo fílmico desde su creación pasando por los memorables momentos cuando se transmitían los programas en blanco y negro hasta la llegada del color en nuestros hogares. Era conmovedor ver las antiguas transmisiones de televisión y los personajes de antaño. En las imágenes podía ver a los reporteros y actores sociales (políticos, futbolistas, animadores, etc) mucho más jóvenes. Ellos se habían inmortalizado gracias a la televisión. “Quisiera inmortalizarme al igual que ellos para que después de un tiempo pueda verme, pero más joven” -dije-. “Quedaría como un recuerdo de colección si entrevisto a un personaje importante y así perpetuarme en el tiempo” -seguí soñando-. Aumentaba mi motivación al saber que si lograba estar en un canal de televisión podía tener la oportunidad de ser parte de la historia y ser recordado por generaciones. Así pensaba en mi etapa adolescente.

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 Estaba contagiado de lo mejor que me podía ofrecer el periodismo, pero aun estaba en la escuela y no podía hacer otra cosa que esperar a acabarla para poder postular a la carrera de Ciencias de la Comunicación en alguna Universidad capitalina. A pesar de estar en el colegio, siempre encontraba alguna excusa para imitar la labor de los reporteros o algo parecido. Por ejemplo, en ocasiones pasaba en lugares donde ocurrían accidentes y me lamentaba de no tener alguna cámara fotográfica para captar la imagen (como si fuera un fotógrafo) y mandarla a los diarios. O una cámara de video para filmar los hechos: peleas entre los chóferes de micros, choques de automóviles, persecución a las pandillas, incendios, etc. (como un camarógrafo o reportero). Una vez mis compañeros de la secundaria me invitaron para ir a un programa de concurso llamado Oky Doky, pero no acepté. Ignoro la razón de mi negativa, pero lo cierto es que me arrepentí, porque de haber ido podía haber visto cómo era un estudio de televisión y qué es lo que hacen los animadores durante los comerciales; además de no ver el funcionamiento de las cámaras y todo lo demás. Lo único que pude hacer es verlos por la televisión. Y así fue.

Mis compañeros Miguel Pauca y Raúl Torres también les gustaba dicha profesión. No sé si habrán logrado materializar sus objetivos, no lo sé. Finalmente, recordando a un gran intelectual peruano de nombre y apellidos Luis Miro Quesada de la Guerra transcribo su trascendental frase: “El periodismo puede ser la más noble de las Profesiones o el más vil de los oficios”. Ese era el periodismo televisivo que me apasionaba, pero no era lo único: el periodismo escrito también me gustaba. Escribir artículos periodísticos era otro sueño. Pero esa es otra historia de la que en algún momento escribiré.

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