lunes, 16 de agosto de 2021

Caos

No es mentira cuando dicen que uno puede pasar al mitad de su vida esperando, sentado o parado, en el bus a causa del congestionamiento. Recuerdo lo que pasé años atrás...

La Av. Abancay en el centro de Lima es un verdadero guirigay. Aparte de la horrible contaminación que producen todos los micros, se tiene también que soportar la contaminación del ruido. A todo lo anterior, tengo que añadirle la terrible congestión vehicular, que para todos aquellos que hemos estado dentro de un micro en esa avenida se nos hace una eternidad poder salir. ¡Y para no creerlo!, en pleno trayecto está la prestigiosa Biblioteca Nacional del Perú. A pesar de ser una especie de fortaleza, por sus gruesos e imponentes muros, se llega a escuchar el sonido de las bocinas de los micros (dentro de las salas de lectura). Pero mi destino aquella vez no era la biblioteca, sino el Colegio Real, que se encontraba al frente del Congreso de la República. Me dirigía para renovar mi pase al archivo de la Universidad de San Marcos que caducaba ese día y no existía entonces otro micro que me llevase por otra ruta alterna hacia mi destino, por lo que necesariamente tenía que pasar por la avenida Abancay.

Era mediodía de un día cualquiera de verano en el Centro de Lima. Podía ir a pie hasta el Colegio Real, pero hacía un calorzazo y preferí ir en micro y pagar pasaje que cansarme o padecer de alguna dolencia en la cabeza por ese intolerable sol que estaba en su clímax por la hora que era. Es muy común escuchar en el interior del bus música de radios chicha, pero en el que subí, gracias a Dios, estaba sonando radio Felicidad. ¿Y qué de especial tiene esta radio? Nada más y nada menos que la transmisión de música romántica “Un placer escuchar este tipo de canciones para olvidarse de los problemas y de este inclemente sol”, me dije. Sin darme cuenta me dormí y al abrir los ojos: ¡Oh, no!, ¡no puede ser!, ¡aún sigo en la Av. Abancay!

Sabía muy bien que podía llegar más rápido si abandonaba el micro y caminaba hasta mi destino, pero lamentablemente hacía mucho calor y preferí quedarme. Además la música estaba en su punto. “Que bueno que al chofer le agradan las baladas”, me dije. Me distraía cantando las letras de las canciones hasta que llegó él. Sí, era un hombre que vendía caramelos y empezó a hablar de su deplorable situación, y esa fue la señal para que el chofer bajara el volumen de la radio. 

Al parecer, el hombre ese, conmovió a la mayoría de los pasajeros que se encontraban en el micro, pues casi la mayoría le compró los caramelos. Sentí un pequeño odio hacia este sujeto por haber hecho que el chofer apagara la radio, aunque sin mala intención. Nuevamente el chofer subió el volumen de la radio y la calma volvió a mi interior.

“¡Cruza, cruza, cruza!.. ¡Oh no! ¡Aún esta verde!… ¡Cruza, cruza, cruza! ¡Rápido, rápido, rápido! ¡Oh no! Lamentablemente el semáforo cambió de color. “¡Faltaba poquito!”. Esa era mi reacción al ver que el micro no pudo cruzar la pista cuando todavía el semáforo estaba en verde. Dicen que la música calma a las bestias, debió serlo, pues me calmaba por momentos. “Al fin verde” Y el ómnibus siguió su camino.

Esta parte del carril era muy congestionado, y en nada tiene que envidiarle el otro, que estuvo igual. El cobrador estaba botando humo, pues no subían pasajeros. Por el contrario, subían vendedores que nunca pagaban pasaje. Nuevamente el chofer baja el volumen de la radio. Dos niños eran los protagonistas de esta nueva sensación amarga. Muy pocos pasajeros aportaron a los jovencitos, es natural, ya que el anterior ambulante se había “llevado” toda la plata.

El sonido de los grandes micros fue ensordecedor. El micro llegó hasta la Biblioteca Nacional, felizmente los lectores no escuchan todo el barullo que se produce desde los exteriores. A fuera, existe un sinnúmero de vendedores ambulantes que atiborran las calles haciendo imposible caminar con tranquilidad por las veredas. ¡Es un caos! La música me estuvo relajando todo el camino. Me levanté y le grité al cobrador: “¡bajo en el Congreso!”. Hasta ahí toleré el caos vehicular gracias a la música, ahora tenía que soportar el caos humano, porque tenía que caminar hasta el colegio Real. “¡Bueno!, al menos ya pase lo peor, el calor”.

El caos en la Av. Abancay es intolerable, pero es una gran oportunidad que es aprovechada por otra gente para “trabajar” dentro de los micros. Este caos, para algunos de los pródigos mortales, es cruel (por la contaminación, el ruido, perdida de tiempo, la congestión y a veces el calor) para los otros, es una manera de conseguir más y más pasajeros (chóferes, cobradores, taxistas) y para los no comunes, es un medio de supervivencia.

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