No es mentira cuando dicen que uno puede pasar al mitad de su vida esperando, sentado o parado, en el bus a causa del congestionamiento. Recuerdo lo que pasé años atrás...
Era mediodía de
un día cualquiera de verano en el Centro de Lima. Podía ir a pie hasta el
Colegio Real, pero hacía un calorzazo y preferí ir en micro y pagar pasaje
que cansarme o padecer de alguna
dolencia en la cabeza por ese intolerable sol que estaba en su clímax por la
hora que era. Es muy común escuchar en el interior del bus música de radios chicha, pero en el que subí, gracias a
Dios, estaba sonando radio Felicidad. ¿Y qué de especial tiene esta radio? Nada
más y nada menos que la transmisión de música romántica “Un placer
escuchar este tipo de canciones para olvidarse de los problemas y de este
inclemente sol”, me dije. Sin darme cuenta me dormí y al abrir los ojos: ¡Oh,
no!, ¡no puede ser!, ¡aún sigo en
Sabía muy bien que podía llegar más rápido si abandonaba el micro y caminaba hasta mi destino, pero lamentablemente hacía mucho calor y preferí quedarme. Además la música estaba en su punto. “Que bueno que al chofer le agradan las baladas”, me dije. Me distraía cantando las letras de las canciones hasta que llegó él. Sí, era un hombre que vendía caramelos y empezó a hablar de su deplorable situación, y esa fue la señal para que el chofer bajara el volumen de la radio.
Al parecer, el hombre ese, conmovió a la mayoría de los pasajeros que se encontraban en el micro, pues casi la mayoría le compró los caramelos. Sentí un pequeño odio hacia este sujeto por haber hecho que el chofer apagara la radio, aunque sin mala intención. Nuevamente el chofer subió el volumen de la radio y la calma volvió a mi interior.
“¡Cruza, cruza, cruza!.. ¡Oh no! ¡Aún esta verde!… ¡Cruza, cruza, cruza! ¡Rápido, rápido, rápido! ¡Oh no! Lamentablemente el semáforo cambió de color. “¡Faltaba poquito!”. Esa era mi reacción al ver que el micro no pudo cruzar la pista cuando todavía el semáforo estaba en verde. Dicen que la música calma a las bestias, debió serlo, pues me calmaba por momentos. “Al fin verde” Y el ómnibus siguió su camino.
Esta parte del carril era muy congestionado, y en nada tiene que envidiarle el otro, que estuvo igual. El cobrador estaba botando humo, pues no subían pasajeros. Por el contrario, subían vendedores que nunca pagaban pasaje. Nuevamente el chofer baja el volumen de la radio. Dos niños eran los protagonistas de esta nueva sensación amarga. Muy pocos pasajeros aportaron a los jovencitos, es natural, ya que el anterior ambulante se había “llevado” toda la plata.
El sonido de los
grandes micros fue ensordecedor. El micro llegó
hasta
El caos en
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