Anteriormente escribí, en algunas crónicas, sobre el horrible calor que caracteriza a mi país por su ubicación en la zona ecuatorial, y como muchos deben saber, yo mismo renegaba de eso, no soportaba los rayos del sol y, precisamente, esas reacciones mías las narraba en algunos relatos. Pues bien, así, cuando aquí es verano y se deja sentir un insoportable calor por acción del “malvado” sol, en el invierno, como un antónimo a lo anterior, se siente un terrible frío. Pero antes de que empiece el entrañable invierno, sin ningún rastro del sol, ocurre una transición muy curiosa, que creo yo, sólo ocurre en mi país.
Como todas las mañanas, hasta hace unas semanas atrás, me levantaba muy temprano y en mi salida de mi casa al trabajo podía ver muy claramente el levante del sol y su posterior recorrido hasta el mediodía. Como es natural, los rayos solares dejan sentir su energía sobre nuestros cuerpos y desde muy temprano nos damos el lujo (yo me doy ese lujo) de caminar y realizar las actividades diarias con ropas ligeras sport. Pero pasado, no sé, dos horas, el clima nos juega una broma. El sol se esconde tras una enorme neblina y de inmediato una corriente de aire rodea toda la ciudad de Lima. El aire empieza a enfriarse (creo) para poco a poco sentir una sensación fría que obliga a muchos a colocarse las chompas o a extrañar las prendas abrigadas. Pasado cinco o seis horas, en la tarde, el desaparecido sol regresa y nuevamente nos sorprende con un intenso calor. En fin, así estuvimos durante mucho tiempo. A veces amanecíamos con un esplendoroso sol y por la tarde una fría corriente de aire. En otras ocasiones nos levantábamos con una intensa neblina y por la tarde con un sofocante calor. Así de oscilante era el clima, o quizá, el tiempo meteorológico.
Ahora estamos en temporadas frías, son muy pocos los que aun andan con ropas ligeras (a menos que sean deportistas), pero lo cierto es que se amanece con una neblina que cubre gran parte de la ciudad, ¡es como si las nubes hubiesen bajado hasta nosotros! Por las tardes es lo mismo. Pero aunque parezca contradictorio, son estas estaciones frías y de lluvia (mejor dicho garúas) las que prefiero y no el verano, con el imperdonable sol.
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