domingo, 28 de marzo de 2021

Recuerdos del profesor Roger Iziga

Hay tantos recuerdos del profesor, desde que fui su alumno y después cuando lo entrevisté. Sobre mis años de estudiante, en el segundo año en Cultura General en San Marcos, allá por el año 2002, recuerdo algunas de sus clases, justamente algunas anécdotas las he colocado en la segunda edición de mi libro Espejos Azules

Pero no voy a repetir lo que pronto publicaré. Lo que evocaré será la vez en que lo entrevisté.

Corría el año 2014, frecuentaba San Marcos solo para ir a la Biblioteca Central y a su Archivo en el sótano del mismo. En ese entonces estuve recolectando información para una publicación sobre las doctrinas sociológicas de inicios del siglo XX en San Marcos. 

Un día, en la tarde, dirigiéndome a la Biblioteca, vi entrar a San Marcos al profesor Iziga. Me sorprendió verlo, con caminar pausado y algo encorvado, pero siempre llevando un par de libros pegado al pecho. Se me ocurrió entrevistarlo para otro tema que estaba investigando y que tenía pendiente. Lo seguí por detrás hasta que llegó a la entrada de la Facultad de Ciencias Sociales.  

Me presenté, le dije que fui alumno suyo en el 2002. Él, con una sonrisa me saludó como si me recordara, con mucha confianza. Le comenté que estaba haciendo un trabajo sobre la crisis de la Facultad de Letras en 1969, a propósito de un libro que el profesor Zenón Vargas publicó con unos alumnos y que recogía varios testimonios de los docentes que fueron alumnos en los años sesenta. Lo había leído y tenía muchas preguntas, y por eso quise entrevistarlo.

El profesor aceptó gustoso, me dijo que podíamos vernos tal día en la pequeña cafetería que quedaba al frente de la antigua Secretaria Académica.

Lo esperé aquella vez y llegó puntual. Conversamos sobre su paso en San Marcos, sobre al sociología y la reorganización de la escuela ocurrida a fines de los años sesenta. Producto de eso publiqué mi libro sobre la Crisis de la Facultad de Letras

No abundaré más sobre lo conversado, lo que quiero resaltar es lo dispuesto y amable que fue conmigo al brindarme su tiempo y su testimonio para darme los datos que estaba buscando. Como escribí líneas arriba, hay otras cosas que se puede hablar del profesor Iziga, como las anécdotas en sus clases. Pero eso lo publicaré en mi novela.

Lamentablemente este virus nos está quitando a mucha gente. Descanse en paz profesor Iziga.

sábado, 27 de marzo de 2021

¿Irracionalidad ambiental?

La pandemia y las cuarentenas persisten, y amenazan con mantenerse más de lo previsto. El año pasado, cuando se estableció la primera cuarentena, todos fuimos testigos del cambio en el mundo. La naturaleza tomó posesión de lo que por derecho le pertenecía. La contaminación disminuyó también. 

Pero a pesar de todo, nuestro planeta sigue con el problema de siempre: la contaminación, la depredación y tantas otras que muy pronto serán difícilmente combatidas. Por esa razón, el cuidado, por ejemplo, de los árboles, es importante. La supuesta modernidad no puede ser escusa para talar uno de los actores vitales que permite la vida en este mundo. 

Semanas atrás me dirigí al centro de Lima. Estando en el bus, pasé por una importante avenida, y antes de contar lo que vi en dicha carretera, me sorprendió la indiferencia de la gente cuando subía la bus. Muchas de ellas se quitaba la mascarilla facial. Irresponsabilidad total. Si bien esa imagen me indignó, mucho más indignante fue lo que sentí cuando vi aquello que les mencioné. La siguiente imagen vale más que mil palabras:
 
Antes de la pandemia iba todos los días por esa avenida. En verano e invierno, así era mi ruta por dos años y medio. En varias cuadras de la avenida, se podía ver enormes árboles. Que gran ayuda fueron todos ellos cuando el sol era insoportable en los meses de verano. Cuando el bus pasaba por esos árboles, estos nos daban la sombra que muchos pasajeros esperábamos. Era un alivio. 


Mi sorpresa fue grande al ver que esos árboles fueron mutilados. Las imágenes no mienten. Toda la parte frondosa (la copa, las ramas, las hojas) ya no estaban. Solo dejaron los troncos y una que otra rama. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Esa parte frondosa nunca chocaba con el bus, y eso que no eran nada pequeños los buses; no molestaban a los vecinos, puesto que estaban a lejos de las casas. No entiendo cuáles podrían ser los argumentos para tal crimen, porque es un crimen hacer tal bestialidad. 
Deben dejar que los árboles crezcan, que sigan su curso natural, que den el oxigeno y nos proporcionen sombra. Quizá muchos no le den la importancia debida a esto último, pero yo puedo dar fe, y la gente que veía todos los días cuando el sol era terrible en los días de verano, que la sombra que nos daban esos árboles eran un alivio. Nos protegían cuadras y cuadras de esa larga avenida.